viernes, 12 de marzo de 2010
Sábado, 6 de marzo de 2010
Roberto Ibáñez estrena El general de los recuerdos, en La Ranchería
Una metáfora circense de lo perdido
Un soldado de la Independencia, un payaso y una mujer que espera el amor son los tres personajes –o uno solo, tal vez– de la obra escrita y dirigida por el tucumano, quien años atrás adaptara y protagonizara una versión de El túnel, de Ernesto Sabato.
Extraños arquetipos encuentran lugar en una obra que quiere ser metáfora circense de lo perdido. El título es El general de los recuerdos y su autor (y director), Roberto Ibáñez, la estrena el domingo 7 en el Teatro La Ranchería. “La memoria cura o decapita –escribe Ibáñez a modo de presentación–, depende de lo que se quiera recuperar o lo que se desee olvidar.” En esta historia se verá a un soldado de la Independencia que ha padecido congelamiento durante el cruce de la cordillera y ahora va en busca de San Martín, o de su significación; un viejo payaso y Margarita, la enamorada que no vio cumplidas sus expectativas. Actor de trayectoria en teatro y cine, Ibáñez es autor de un guión basado en un relato de la actriz Nya Quesada (una Abuela que recuperó a su nieto apropiado en 1978); y otro en homenaje a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo que –subraya– “no eligieron la violencia para sus reclamos”. También intérprete de televisión (Alta comedia, Compromiso, Vivir con todo), llegó siendo muy joven a Buenos Aires desde su Tucumán natal dispuesto a afirmarse en el teatro. Algunos de sus titulos son La cuerda floja, Falta envido, Polenta con pajaritos, la premiada Anclado en Madrid y Mil millones de pájaros, “metáfora sobre la imposibilidad de aceptar la muerte como una realidad”, circunstancia que vivió al perder a sus padres y hermanos en un accidente. También se atrevió a adaptar y protagonizar El túnel, la célebre novela de Ernesto Sabato. Esta puesta de Andrés Bazzalo fue presentada en Londres, Bucarest (Rumania), Barcelona y Madrid. Esa ciudad ya la conocía: en 2005, había actuado en Rondó para dos mujeres y dos hombres, de Ignacio Amestoy, dirigida por Francisco Vidal en el Teatro Gran Vía, de Madrid, y estrenado Refugiados, del argentino Manuel Cruz, en otra sala madrileña.
–En la presentación de El general..., dice partir de la imagen de “un soldado fusilando a un payaso”. ¿Cuál es aquí el símbolo?
–Uno es símbolo de violencia y dolor, y el otro de juego infantil, pero los dos han perdido. El soldado no recuerda qué pasó ni sabe quién es. Cree haber sido un desertor. El payaso quedó anclado en el primer peronismo y Margarita es la que no tuvo amor. Los tres desean una vida futura, pero no hacen otra cosa que esperar aquello que imaginan le dará sentido a la vida. El soldado espera la gloria; el payaso, la alegría de otro tiempo; y la mujer, el amor.
–¿Por qué la mención al primer peronismo?
–No sé explicarlo. No escribo desde un discurso previo; voy introduciendo cambios durante el trabajo. En realidad, pienso que estos tres personajes son uno.
–¿Influye en la escritura el hecho de ser actor?
–Probablemente, porque los personajes me van llevando. Me inicié en el teatro a los 16 años y poco después actué en obras importantes, como La muerte de un viajante, de Arthur Miller; La fiaca, de Ricardo Talesnik; y en obras de Molière. Algunos maestros viajaban seguido a Tucumán. Raúl Serrano, que es tucumano, fue uno de ellos. Al regresar de Europa puso Un tranvía llamado Deseo. Estuve en ese elenco. Recuerdo que él venía de estudiar en Bucarest. Dirigió muchas obras en la ciudad y fue fundador de la Federación de Teatros Independientes de la provincia. Después, cuando me instalé en Buenos Aires, fui a su estudio. Antes de escribir pasé por la docencia. La escritura tiene en mí el tiempo que demandan los personajes. Acabo de terminar una obra, Tres hermanos, que me asustó, porque los conflictos se multiplicaron.
–¿Lo asusta El general...?
–Es mi debut como director de una obra propia, pero confío en el elenco. Los actores son la esencia del teatro; confiar en ellos es apelar a la vida y aprender a resolver situaciones con lo mínimo. Tengo otras obras no estrenadas: una donde el poeta Federico García Lorca sobrevive al fusilamiento y llega a la Argentina en momentos en que se producen los fusilamientos de 1956 en los basurales de José León Suárez; y otra que titulé Fuegos artificiales, en homenaje a los caídos en Malvinas. La escribí en 1996 mientras estuve en Inglaterra.
–¿Cuál era el discurso en relación con la Argentina?
–Mentiroso, porque la gente se justificaba diciendo que nos habían ayudado a derrocar a la dictadura militar. En mi obra está la salvajada militar, pero también el pueblo que la acompañó sin importarle el padecimiento de los soldados.
–¿Cómo es su relación con la TV?
–Me interesa porque se relaciona con la cultura popular y en eso nos identifica. El cine y la televisión están más cerca de lo popular que el teatro. Admiro a los grandes dramaturgos extranjeros, los clásicos están en mi formación, pero necesitamos ocuparnos más de lo nuestro, que es como decir ocuparnos de nuestro lenguaje y nuestros problemas. Me pregunto qué cineasta filma las desventuras de los campesinos franceses, o qué músicos copian a Los Rolling Stones. La televisión está hablando de nosotros, por eso la rescato. Se pueden criticar los contenidos y los valores que transmite, pero ésa es otra cuestión. En Londres a nadie se le ocurre poner en escena Stéfano, de Armando Discépolo, que para mí está a la altura de La muerte de un viajante. No perdemos el hábito de admirar todo lo que viene de afuera, sea noble o no. Esto lo discutí con directores y actores, y alguno me dijo con total sinceridad “no encuentro en vos lo que encuentro en Chejov”. Está bien. Entonces respondí “tampoco yo encuentro en vos a un Giorgio Sthreler, pero eso no significa dejar de lado lo que tenemos”. Nos debemos una discusión.
–Que tuvo espacio alguna vez.
–Sí, como el debate sobre liberación o dependencia. El año pasado, en un encuentro en el CC San Martín se habló de ese temor del intelectual de tomar en cuenta la identidad nacional. Uno de los participantes dijo “no le pongamos una zeta a lo nacional, porque no la tiene”. Durante el conflicto que surgió meses atrás con el gobierno de la ciudad por el atraso en el pago de los salarios se me ocurrió decir que, además de exigir el cobro, debíamos cumplir el rol de trabajadores de la cultura y debatir sobre nuestra identidad cultural. Sentí que me quedaba solo.
* El general de los recuerdos, escrita y dirigida por Roberto Ibáñez. Con Paula Rubinsztein, Hugo Castro y Miguel Angel Polizzi. En el Teatro La Ranchería, México 1152. Funciones: los domingos a las 20.
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